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Hoy en día circulan muchos argumentos explicando que la alimentación saludable es una cuestión pura y exclusivamente de elección personal. Sin embargo, no es que seamos personas desinteresadas o caprichosas, que escogemos mal lo que comemos. Se trata de que se nos ha vendido como moderna, cómoda y adecuada una alimentación que en realidad nos enferma.

Ante la falta de cuestionamientos y una inducida desconexión con la naturaleza y con lo ancestral, las corporaciones multinacionales y toda su maquinaria, a gusto y conveniencia, adormecen y exaltan nuestros sentidos. Pese a esto, ¿por qué seguimos creyendo que somos libres de comer lo que queremos o que esa evolución en la composición del carro de compras es fruto del “progreso”?

La fantasía de la libertad de elección está compuesta por dos grandes ilusiones: la aparente variedad y la supuesta elección racional. Al recorrer los largos pasillos del supermercado, nuestros ojos se ven embelesados por un sinfín de marcas, logotipos, envases coloridos y de distintos tamaños, caricaturas que nos sonríen y personajes famosos que nos aseguran que consumir tal o cual producto nos acercará un poquito más a su realidad. No obstante, basta detenerse y prestar atención para comprender que tras esa “diversidad” no hay más que ingredientes de bajo valor nutricional y son siempre los mismos: azúcar, sal, grasas de mala calidad, harina de trigo refinada y una lista de aditivos impronunciables. Sin dejar de mencionar que toda esa multitud de marcas, en realidad, se engloban en unos pocos (poquísimos) grupos empresariales de todo el mundo.

¿ELECCIÓN RACIONAL?

La otra ilusión, que integra el actual modelo de producción y distribución, es la creencia de que en nuestras decisiones de consumo actuamos como personas perfectamente informadas y racionales. Sin embargo, la realidad es que carecemos de herramientas para descifrar la conveniente complejidad de las etiquetas, sumado a que las agresivas estrategias de mercadotecnia cotidianamente buscan cautivarnos e incitarnos a comprar comida poco saludable. Un buen ejemplo de esto es el público infantil, a quienes las empresas suelen dirigir todas sus municiones publicitarias sin mesura alguna.

Tal como demuestra un estudio publicado recientemente por Unicef sobre la exposición de niños, niñas y adolescentes al marketing digital de alimentos y bebidas en Argentina, la mitad de los productos comestibles publicitados son altos en azúcares y 4 de cada 10 son altos en grasas saturadas y/o grasas totales. A su vez, se observó que las marcas eligen con mayor frecuencia los canales de influencers de chicos y chicas para promocionar golosinas y dulces (40%), así como galletitas y tortas (16%). En más de la mitad de las apariciones (56%) se consume el producto dentro del hogar, logrando una sensación de cercanía e identificación con su audiencia, y en el 45% de las apariciones de productos, se expresa una valoración positiva del mismo.

Las consecuencias de haber dejado librado a las empresas el poder de decidir lo que comemos son muy serias. El incremento que año a año se registra en el consumo de productos ultraprocesados –altos en azúcares, grasas, sodio, etc.- ha determinado un incremento en la prevalencia de problemas de salud relacionados con la alimentación, como las afecciones cardiovasculares, la diabetes y ciertos tipos de cánceres. En este sentido, la última Encuesta Nacional de Factores de Riesgo demuestra que en Argentina las enfermedades crónicas no transmisibles son responsables del 73,4% de las muertes en el país.

Frente a este contexto, cobra relevancia y legitimidad el reclamo en torno a que tenemos derecho a saber lo que comemos y qué necesitamos información para poder decidir consciente y libremente. Por ello, organizaciones de la sociedad civil hemos trabajado en conjunto para que actualmente en el Congreso de la Nación se encuentre en tratamiento un proyecto de ley que busca proteger la salud de la población argentina.

QUÉ PROPONEMOS

La iniciativa propone un sistema de etiquetado frontal para advertir a las personas consumidoras sobre el exceso de ingredientes críticos en diseños comestibles y bebibles, de una manera clara, sencilla y veraz. Sin embargo, se trata de una normativa que busca calar mucho más profundo. ¿Por qué? Porque regula otras cuestiones tan esenciales como los entornos escolares y las infinitas estrategias de publicidad de las que tanto se vale la industria para engañar a nuestros niños y niñas, así como para inducirnos a seguir consumiendo todo eso que no necesitamos.

Además, a partir de sus postulados también se impactaría positivamente en la salud de los sectores más vulnerables de la población. Esto es porque en el marco de los programas de asistencia alimentaria, el Estado tendría el deber de priorizar las contrataciones de los alimentos y bebidas que no cuenten con sellos de advertencia. De esta manera, la normativa en cuestión tiene la capacidad de convertirse en una herramienta poderosa en la construcción de políticas alimentarias más integrales y que efectivamente contribuyan al bienestar de la ciudadanía.

La salud y la alimentación adecuada son derechos fundamentales. No son mercancías que puedan dejarse libradas al juego de la oferta y la demanda, ni a los intereses corporativos de un particular sector. El Estado argentino a razón de su Constitución, tiene el deber de legislar y promover políticas que aseguren el goce y ejercicio de estos derechos humanos, a la vez que permitan regular el accionar de terceros que con su actividad puedan estar afectando bienes tan preciados como la salud y la vida de una población.

HÁBITOS

Como dice la antropóloga Patricia Aguirre, modificar los hábitos alimentarios conlleva un cuestionamiento más general de los sistemas de producción, distribución y consumo, pues no sólo somos lo que comemos, sino que comemos lo que somos. Esta es una oportunidad única no sólo para poner freno al lobby de las industrias que durante décadas han obstaculizado e impedido leyes tan urgentes como ésta, sino para que el Estado logre dar un paso fundamental en el cumplimiento de las obligaciones asumidas tanto nacional como internacionalmente.

La alimentación nos atraviesa y nos interpela constantemente. Tenemos la oportunidad de comenzar a construir una realidad distinta alrededor de la comida, una realidad con mayor conciencia, autonomía y soberanía. Una realidad más armoniosa con nuestros cuerpos, y por qué no, más reconectada con la vida.

* Esta nota fue originalmente publicada en La Voz

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