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Mayo representa un mes de reflexión y problematización de la sexualidad. Además de ser el 17 de mayo el día internacional de la lucha contra la discriminación por la orientación e identidad sexual, el 23 de mayo del año 2012, en Argentina, ocurrió un suceso sumamente importante, se promulgó la Ley de Identidad de Género N° 26743. Hoy a ocho años, celebramos su existencia pero también resaltamos las dificultades materiales para ejercer la sexualidad plenamente, en una argentina de resabios conservadores.

Históricamente en el mundo occidental, y específicamente en Argentina, la sexualidad era pensada como aquello que corresponde al plano íntimo, en donde el pecado, en un primer momento y el delito luego, funcionaban como mecanismos de control y vigilancia. El ejercicio libre de la sexualidad se vio censurado y perseguido social y policialmente, en donde las personas objeto de persecución eran quienes no cumplían con los estándares cisexistas hegemónicos; en otras palabras, quienes no encajaban en el sistema binario de masculinidad-feminidad.

Aquél binarismo se ha desarrollado hasta la actualidad como un patrón cultural de significado, en donde sólo quienes cumplen con dichos estándares obtienen privilegios y reconocimientos sociales. De ese modo se ubican a otras identidades por fuera del debate público y la agenda política; y se genera un desplazamiento negativo traducido en la criminalización, violencia y discriminación.

Ya el feminismo de los años sesenta a ochenta expresaba la crítica al binarismo culturalmente establecido, sin embargo el transfeminismo de los años noventa fue quien dirigió la lucha hacia la problematización y evolución de dicha lógica. En Argentina, fue a partir del retorno de la democracia en 1983 que el escenario sociopolítico comenzó a transformarse, acompañado por el movimiento de derechos humanos y la aparición pública de “nuevos” actores que se autopercibían desde otras identidades sexuales. Los movimientos LGBTTIQ (lésbico, gay, bisexual, travesti, transexual, intersexual y queer) se presentaron como un sector desafiante del poder regulatorio irrumpiendo de ese modo en la esfera pública.

A lo largo del tiempo estos movimientos fueron conquistando derechos y espacios, que antes se les veían negados. El derecho, que a lo largo de la historia plasmó en el papel y en los cuerpos la censura de las sexualidades, funcionó como herramienta fundamental para ampliar derechos y reconocerlos.

Si bien la sanción de la ley es un gran paso hacia un horizonte de igualdad, la lucha no se agota en dicha instancia. En el último tiempo han resurgido movimientos conservadores que a través de diferentes estrategias jurídicas, literarias, financieras, y de discursos cargados de odio y discriminación (como los de Bolsonaro en Brasil o Salvini en Italia), buscan el retroceso de las conquistas dadas hasta el momento y el mantenimiento del statu quo en defensa del orden sexual tradicional.

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Es por lo expuesto anteriormente que, tanto el 17 como el 23 de mayo, no pueden pasar desapercibidos. Estas fechas no sólo nos llevan a recordar aquellos obstáculos que debieron superarse, sino que también nos ayudan a reflexionar sobre los actuales hostigamientos que aún sufren aquellos grupos sociales que demandan la necesidad de plasmar el respeto por las identidades sexuales y de género no binarias en todos y cada uno de los aspectos de la cotidianeidad. Nos ayudan a entender que la lucha no se agota en una ley formal, sino que las circunstancias son mucho más complejas. Sus derechos aún se siguen vulnerando desde los más mínimos detalles como subir al colectivo, transitar con tranquilidad por las calles en cualquier horario, asistir al médico y obtener un adecuado servicio de salud, acceder a un trabajo no precarizado y hasta el real acceso a la justicia y paridad representativa, entre otros.

Dichas circunstancias nos dicen que aún queda mucho para repensar como sociedad y nos lleva a preguntarnos ¿en qué mundo y bajo qué circunstancias queremos vivir? ¿En dónde sólo unas pocas personas que ostenten de poder y capital simbólico por su condición sexual, racial o de clase puedan vivir dignamente y obtener privilegios por sobre otras que se encuentran marginadas?, o por el contrario ¿queremos aquél mundo donde todas las identidades y comunidades estén integradas socioculturalmente en un plano de equidad social, a través del respeto por sus derechos humanos?

Resulta fundamental entender que el orden sexual que actualmente conocemos es una construcción social producto de las relaciones de poder historizadas y dominantes, y que la búsqueda por instaurar un paradigma diverso implica problematizar y desinstitucionalizar construcciones opresivas sobre la sexualidad para generar sociedades más justas e igualitarias.

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Fuentes

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