Compartir Nota
La unión hace la fuerza
Durante años las mujeres han sido silenciadas, subordinadas, víctimas del modelo de desigualdad e inferioridad que padecen bajo el patriarcado. A medida que las mujeres han ido descubriendo su propia opresión también han unido esfuerzos para luchar por un ambiente sano.
Es que debido a sus roles como administradoras del hogar, proveedoras económicas y a su papel en la reproducción, las mujeres son más propensas al deterioro de su salud a causa de problemáticas ambientales. Así por ejemplo, las mujeres embarazadas son más vulnerables a los contaminantes ambientales, ya que cada paso en el proceso reproductivo puede ser alterado por las sustancias tóxicas que existen en el ambiente en general (agua, aire, suelo), aumentando el riesgo de abortos, defectos de nacimiento, retraso del crecimiento fetal y muerte perinatal.
El mismo rol de cuidadoras, las acerca a las personas de su círculo que sufren enfermedades y son las primeras que lo notan, que tratan de solucionarlo, que empiezan a hablar sobre lo que pasa.
Esta situación de dominación hacia las mujeres pareciera estar comenzando a revertirse, y puede verse en todo el mundo cómo grupos de mujeres organizadas son protagonistas en la lucha por la protección de los derechos humanos, jugando un rol fundamental en los conflictos socio-ambientales. Su compromiso con el cuidado del ambiente no es nuevo, sino que es nueva la aceptación social de este rol. Incluso, hoy en día, se considera a nivel mundial que las políticas de desarrollo que no involucren a mujeres y hombres en un plano de igualdad no tendrán éxito a largo plazo.
Desde el ecofeminismo esencialista, las mujeres son protectoras del ambiente, cuya calidad creen esencial para el crecimiento saludable de sus hijos/as. Son ellas las que velan por el bienestar colectivo, la salud de la familia, la alimentación, el trabajo y por un lugar donde puedan desarrollarse. Proteger el ambiente, por lo tanto, es proteger la vida. Además, son las mujeres las que contribuyen de mejor manera a disminuir los riesgos, y evalúan de formas más precisa los posibles daños frente a una catástrofe. Son ellas las que piensan más holísticamente, a largo plazo y con la comunidad en la mente.
Son numerosos, y van en aumento, los casos en todo el mundo de mujeres que se unen para luchar en contra de aquellas medidas que afectan el ambiente, la salud y la calidad de vida de las personas. En América Latina, por ejemplo, las mujeres indígenas se han vuelto especialmente activas en el uso de técnicas para proteger el ambiente, en desarrollar estrategias para la reducción de la pobreza y promover el desarrollo sostenible. Algunas de esas acciones son la producción de alimentos autóctonos, conservación de ríos y bosques, el uso de energías limpias, entre otras. Responden a las amenazas que afectan seriamente su calidad de vida, como el cambio climático, y a los intereses de las corporaciones explotadoras de minerales y de petróleo en tierras pertenecientes a comunidades indígenas.

Las batallas de ellas en Argentina
En Argentina, a lo largo y ancho del país, pueden identificarse distintos grupos de mujeres organizadas y empoderadas que luchan por un ambiente sano, haciendo frente a las diversas problemáticas existentes en sus respectivas provincias.
- En la Patagonia, la lucha contra el fracking contaminante de las corporaciones petroleras y los reclamos por la recuperación y defensa de los territorios mapuches a menudo encuentran a las mujeres a la cabeza, como así también en la provincia de Mendoza, que sigue dando una dura batalla para evitar que el fracking se siga expandiendo.
- En Famatina y Chilecito en La Rioja, las mujeres están al frente de las movilizaciones junto a las asambleas en la defensa de Famatina, lo que hizo retroceder emprendimientos mineros que pretendían instalarse en la zona.
- En San Juan, quienes impulsaron la lucha contra la megaminería fueron las madres de Jáchal en el año 2002. En los cortes de ruta en Veladero durante el 2015 y el 2016 también fueron mujeres las principales víctimas de la represión de las fuerzas de seguridad.
- De igual modo, en muchos barrios del conurbano bonaerense son las mujeres las que vienen impulsando los reclamos contra la contaminación o las inundaciones.
En Córdoba, el avance del actual modelo agrícola, que fue consolidándose en los últimos 15 años como el único modelo de producción de alimentos posible, convirtió a la provincia en un territorio con riesgo ambiental. Las consecuencias del uso intensivo de agroquímicos para los cultivos de soja transgénica, provocaron una gran cantidad de problemas ambientales y sanitarios, aumentando el número de enfermedades cancerígenas, malformaciones congénitas, lupus, artritis, púrpura, problemas renales y respiratorios y alergias varias. Además, la ausencia de un plan ordenado de rotaciones en los cultivos, entre otras causas, generó la erosión y degradación de los suelos.
Así, ante la alarma ambiental y el riesgo en la salud son las mujeres, quienes organizadas y empoderadas ganaron las batallas ambientales más importantes de la provincia, como es el caso de las Madres de Barrio Ituzaingó.

En el año 2002 ellas comenzaron con la lucha en contra de las fumigaciones con agroquímicos, al ver que la cantidad de vecinos y vecinas enfermos de cáncer, leucemia y alergias no era normal. Luego de años de pelea fueron las protagonistas de la primera condena por fumigaciones ilegales en Latinoamérica.
Además, la lucha de las madres influyó en ordenanzas y normas que comenzaron a regular las distancias para fumigar en zonas urbanas, creando zonas de resguardo ambiental. Consiguieron que llegara el agua potable, que asfaltaran calles, que se instalara un centro de salud, que -al menos por un tiempo- llegaran especialistas con atención y recursos para los enfermos. Sofía Gatica, una de las madres de Barrio Ituzaingó, fue reconocida en 2012 con el premio Goldman 2012 por su lucha incansable contra el uso de agroquímicos.
Otro caso emblemático de la provincia de Córdoba, es el de Malvinas Argentinas. Desde el año 2013, la asamblea “Malvinas Lucha por la Vida”, integrada en su gran mayoría por mujeres. A través de distintas acciones y medidas de protesta, se logró en el año 2016 que no se instale la multinacional estadounidense Monsanto, que pretendía construir una mega planta de acondicionamiento de semillas de maíz transgénico en la localidad. De este modo, mujeres, madres, niñas, otra vez ganaban una batalla histórica en defensa de la vida y del cuidado del ambiente

Su accionar marca un rumbo positivo
Todos estos casos reflejan cómo la energía femenina en permanente actividad, es protagonista y contribuye sin dudas a la defensa del ambiente, ya que la problemática atraviesa a toda la sociedad, pero afecta de diferentes formas según las circunstancias socioeconómicas, la edad o el género. Este accionar valiente en defensa de un ambiente sano se enfrenta, sin embargo, a todo tipo de violencias, desde las habituales ofensas basadas por su condición de mujer, denuncias judiciales, violencia física, y hasta la muerte. Sin embargo, no las amedrenta: las fortalece, las empodera y brinda mayor legitimidad a sus reclamos; el futuro catastrófico las interpela y coloca en acción aún ante la adversidad machista.
La preocupación por el bienestar de otros y otras las motiva en su acción para disminuir la desigualdad y crear condiciones de equidad, que faciliten un desarrollo sostenible en el tiempo. La sociedad, el mundo y sin duda las personas las necesitan. Ellas siempre han sido y siempre serán el motor fundamental del verdadero cambio que estos tiempos demandan. Al lema de Ngozi Adichie “Todos deberíamos ser feministas” es imperativo añadirle “y ecologistas”; sólo así cabe la posibilidad de enfrentar y reducir la catástrofe ambiental.