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Hoy 3 de junio, como cada año, el movimiento de mujeres sale a las calles para decir basta de violencia machista. Vivas, libres y con todos nuestros derechos nos queremos.

Este 3 de junio se cumplen cuatro años de la primera marcha del Ni Una Menos. En aquel 2015 la noticia del femicidio de Chiara Paez, embarazada y asesinada por su novio, fue el último impulso que llevó a los movimientos feministas del país a visibilizar una lucha que tiene su historia: la lucha contra el patriarcado y la violencia machista.

El femicidio es la máxima expresión de la violencia contra las mujeres. Hace unos días, la organización MuMaLá publicó un informe elaborado a partir de medios gráficos y digitales entre el 1 de enero y el 20 de mayo de 2019 en el que se registran 100 femicidios en 140 días.

Sin embargo, las mujeres transcurrimos nuestra historia atravesadas por una trayectoria de violencias.

De niñas se nos enseña a ser delicadas, sumisas y a sentirnos identificadas con el rol materno, siendo excluidas de múltiples formas de jugar y ser niñas. Con el tiempo, somos víctimas de la deficiente educación sexual integral y laica, cuyo principal responsable es el Estado.

Denunciamos violencias. No nos creen o nos dictan sentencias misóginas.

A lo largo de toda la vida nuestro cuerpo es un campo de regulaciones sobre el cual no tenemos derecho a decidir. Nos encontramos con barreras de acceso a anticonceptivos y a la interrupción voluntaria del embarazo que nos empujan a la clandestinidad. También somos víctimas de violencia obstétrica.

En los medios, se nos encasilla en modelos que responden a arraigados roles y estereotipos de género que nos violentan: somos buenas o malas madres, somos buenas o malas esposas, somos lindas o feas, flacas o gordas, santas o pecadoras. Somos víctimas de violencia mediática y simbólica.

En la vida laboral, nos enfrentamos a la exclusión, la brecha salarial, el “techo de cristal”, la falta de políticas de cuidado, la ausencia  de cupo laboral trans e infinidad de prácticas que continúan perpetuando estereotipos de género que impiden el igual acceso a los derechos. Es simple: algunos trabajos que las mujeres realizamos no se consideran como tal, como el trabajo doméstico. También nos pagan menos que a los varones por igual tarea.

Este transcurrir solo demuestra que aún queda un largo camino por recorrer en la lucha por el derecho a una vida libre de violencia.

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Frente a este escenario, el movimiento revolucionario de mujeres y su apuesta por el trabajo colectivo han sido claves para la visibilización de las múltiples violencias que nos atraviesan. Así, la construcción de redes, la lucha en la calle y en las instituciones han logrado poner en la agenda pública las demandas históricas de igualdad.

En este tiempo podemos reconocer la utilidad de  las redes sociales y los medios de comunicación como herramienta para difundir la lucha y atravesar límites geográficos. En todo el país y en el mundo se han visibilizado nuestras demandas, encontrando así el apoyo de los movimientos feministas, tejiendo redes indestructibles.

El camino por recorrer no tiene un final. Sabemos que la única manera de lograr dejar de ser ciudadanas de segunda, es luchando, debatiendo, visibilizando, estando presentes y juntas.

Hoy, hay cuestiones/opiniones sobre la vida de las mujeres que no se permiten decir con la misma liviandad que hace pocos años, se ha instaurado un debate sobre el que no hay vuelta atrás. Las mujeres existimos, deseamos y proyectamos más allá de la funcionalidad que el sistema patriarcal nos ha impuesto.

Por ellas, por nosotras y por todas gritamos: ¡Ni una Menos! ¡Vivas y libres nos queremos!

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