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A pesar de los avances que se han logrado en materia de igualdad, el mercado laboral continúa reproduciendo las asimetrías propias de las sociedad patriarcal. Las marcadas inequidades y obstáculos para la incorporación de las mujeres en el mundo del trabajo, definidas por los estereotipos de género y la legislación, generan que ante momentos de crisis y recesión económica, ellas se encuentren en una situación de gran vulnerabilidad.
En las últimas décadas hemos presenciado cambios significativos en los mercados laborales con la mayor incorporación de las mujeres: en 1980 la participación de ellas era del 32% mientras que durante el 2019 fue del 49,2%, de acuerdo con los datos del INDEC. Sin embargo, esta incorporación ha tenido y tiene como base la desigualdad que implica una fuerte injusticia social: la participación de las mujeres en el mercado laboral sigue siendo 21 puntos porcentuales más baja que la de los varones (71,2%).
La discriminación hacia las mujeres aparece acotando sus posibilidades, relegándolas a desempeñar tareas y acceder a empleos que han sido relegados históricamente. La brecha de ingresos totales entre varones y mujeres es del 29%, pero además de tener salarios inferiores, las mujeres enfrentan mayores niveles de informalidad, 36% en comparación del 34,2% de los varones. Esto se explica por la presencia casi exclusiva de mujeres en el trabajo en casas particulares, que muestra una tasa de no registración del 75%.
De esta forma, podemos decir que el importante crecimiento de la oferta laboral femenina no ha significado una mejora en el lugar que ocupan las mujeres en el mercado laboral sino que se reproduce la discriminación según género dentro de estos espacios.
La división sexual del trabajo: ellos salen a trabajar, nosotras nos quedamos en la casa
Chocolate por la noticia: el factor principal que explica la desigualdad económica entre varones y mujeres es la división sexual del trabajo. Esta se define como la conformación y reproducción de estereotipos que asignan las tareas domésticas y de cuidado a las mujeres, y las actividades productivas y de sostenimiento económico a los hombres, sólo por razones de género.
La división sexual está relacionada con una distribución sistemática de los trabajos de acuerdo con la matriz heterosexual, distinguiendo entre trabajos que dejan huella frente a los que no dejan huella. Los trabajos que dejan huella son aquellos que se desarrollan en el ámbito de lo público, en el campo de lo visible en los que el éxito y el mérito puede individualizarse. Por otro lado aquellos trabajos que no dejan huella se desarrollan en el ámbito de lo privado y lo invisible, su producto es un producto vivo y el mérito se diluye en el colectivo.
En ese sentido, el imaginario de la sociedad determina los territorios que varones y mujeres pueden habitar y las funciones que tienen habilitadas para su desempeño laboral y familiar.
La inserción de las mujeres en el mundo laboral está determinada por la segmentación ocupacional, de carácter horizontal. Esta relega a la mujer en ocupaciones catalogadas como típicamente femeninas que representan una continuación de las tareas que las mujeres desarrollan habitualmente en los hogares familiares y que se basan en los estereotipos de géneros establecidos por la división sexual del trabajo. Que a las nenas les regalen cocinita y a los nenes autos y pelotas de fútbol, se refleja en los roles que cumplen cuando crecen.
La segregación horizontal da cuenta de cómo se distribuyen los varones y las mujeres en diferentes ocupaciones. Mientras que la participación de los varones se concentra principalmente en el sector industrial y empresarial, las mujeres se concentran en los sectores de la salud, la educación y el trabajo en casas particulares, sectores económicos caracterizados por una menor duración de la jornada laboral, menor salario y mayor informalidad.
La consecuencia directa de esta discriminación es que las mujeres son mayoría en la porción de ingresos más bajos (66,1%) y son minoría en la de ingresos más altos (35,3%).
De la ley a la realidad: el largo trecho entre el reconocimiento de derechos y su ejercicio pleno
Desde un enfoque de derechos, señala Castel que el discurso de la incorporación de las mujeres al mundo del trabajo remunerado se instala precisamente cuando el trabajo, en tanto elemento privilegiado de relación social, se ha devaluado, a la vez que el comportamiento del mercado es afectado por la presencia cada vez más notable y demandante de las mujeres, quienes ejercen presión sobre él e interpelan la eficiencia y los objetivos de las políticas.
Lo anterior da cuenta de la vinculación entre las esferas de ciudadanía y el verdadero alcance del principio de igualdad de oportunidades y de trato. El derecho laboral revela la tensión constante que existe entre la regulación del ámbito público y el reclamo liberal de la no-intromisión del Estado en el mundo privado.
Se debe aclarar que el reconocimiento de derechos, en el campo del derecho laboral y de la seguridad social, no siempre consistió en un reconocimiento de derechos propios de las mujeres. Ok, sí… se incorporaron normas y principios que reconocen la igualdad en el empleo, sin embargo, el marco jurídico no incluye a la mujer como sujeto de derechos en sí misma. Por el contrario, sus derechos se derivan de su inserción en el mercado formal o por su vínculo con otro titular de derechos (por caso su esposo, su padre).
La consideración de la mujer en el sistema de seguridad social como portadora de derechos derivados y no propios marca las formas de organización y de desarrollo de los sistemas de políticas sociales en América Latina. Este fenómeno es conocido bajo el concepto de “ciudadanía de segunda categoría”. De esta forma, hemos sido siempre, en distintos planos, ciudadanas de segunda.
La crisis y sus impactos diferenciados de género
Podemos decir que, aunque en la actualidad en Argentina existe un aumento de la participación de la mujer en el mercado de trabajo, se produce simultáneamente una marcada informalización del empleo y precarización laboral. Una de cal y una de arena. Esta situación empeora cuando se insertan contextos de crisis económicas, ya que ponen en jaque la estabilidad y calidad de las trayectorias en el empleo tanto de varones como de mujeres. Pero para nuestro caso, esa inestabilidad es mucho más profunda y conlleva mayores consecuencias.
De acuerdo con Galvez Muñoz y Rodríguez Modroño, del análisis desde una perspectiva de género de las últimas crisis económicas en América Latina surgen tres pautas: 1) las crisis provocan una intensificación del trabajo femenino, tanto remunerado pero sobre todo no remunerado; 2) Al superar la crisis es más rápida la recuperación del empleo masculino que el femenino y este siempre acaba aún más precarizado que al inicio de la crisis; 3) la crisis provoca retrocesos en los avances en igualdad logrados en épocas de estabilidad en lo relativo a la regulación y/o las políticas de igualdad. Durante las crisis económicas el número de participación de las mujeres en el mercado laboral tiende a aumentar ya que deben suplir una caída de ingresos en el hogar pero esta inserción continua marcada por la desigualdad de la sociedad patriarcal. Como ya sabemos, tener un trabajo no implica necesariamente una mejor condición.
La situación empeora para el caso del trabajo femenino informal, ya que se caracteriza por una vinculación temporal y con flexibilidad horaria, sin seguridad social y cuya actividad se encuentra en las medidas de ahorro que los actores económicos tienen para enfrentar situaciones de contracción productiva, como las que ocurren en momentos de crisis económicas. Otra vez nos toca lo peor del mercado laboral, porque la fuerza de trabajo femenina es incorporada y desvinculada con más facilidad en estas actividades, y no se contempla ninguna protección real por parte de las empresas ante esta situación.
Por lo tanto, ya sea si ellas aumentan su participación en el mercado de trabajo (para suplir una caída de ingresos en el hogar) o la disminuyen (dada una tensión, por ejemplo, en los esquemas de provisión de cuidados), las situaciones de incertidumbre e inestabilidad económica exacerban los obstáculos que ya de por sí enfrentan en mayor medida las mujeres, especialmente aquellas que se insertan al mercado laboral mediante la informalidad.
Frente a esta desigualdad de trato el Estado debe poner en marcha acciones afirmativas, para cumplir con las obligaciones asumidas a nivel internacional y doméstico. Medidas que tiendan a equilibrar la desigualdad estructural que sufren las mujeres en el mercado laboral de una vez por todas, y que apunten a desprivatizar/desfeminizar la responsabilidad de sostener la vida que las mujeres tenemos sobre nuestros hombros por ser las encargadas de las tareas de cuidado. Que cuidar la vida sea una prioridad de los Estados y una responsabilidad equitativamente distribuida.