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“Hay que pasar agosto” es un dicho popular chileno que hace referencia a sobrevivir a los cambios bruscos de clima en el último mes del invierno. En otros tiempos, aunque también ahora, el mes de agosto apaleaba brutalmente la salud de las personas más ancianas, cobrándose la vida de unas cuantas. “Pasar agosto” es entonces motivo de festejos: en la localidad de Chillán, cada primero de septiembre se reúne una multitud para darse un abrazo y celebrar haber sobrevivido al mes.

Es curioso que los momentos más intensos del debate por la despenalización y la legalización del aborto en Argentina hayan ocurrido en los meses del invierno. Un invierno particularmente frío.

Y es curioso también que el objeto del debate, el quid de la cuestión, lo que estaba en juego, haya sido también el medio para la lucha y el vehículo del reclamo. Nuestro cuerpo.

Durante los meses más fríos llevamos nuestro cuerpo a la batalla. A esa batalla eterna que nuestros cuerpos vienen enfrentando históricamente para vencer al patriarcado, el sistema que nos oprime. En movilizaciones, asambleas y reuniones de trabajo con nuestras compañeras de lucha, en el pañuelazo semanal que llenaba de verde el espacio público, en cada articulación, en cada aparición mediática, en cada diálogo e intercambio, incluso en los lugares más cotidianos: nuestro cuerpo, desde nuestro cuerpo y para nuestro cuerpo.

Agosto fue particularmente difícil, aunque veníamos ya curtiéndonos desde el comienzo de la estación más fría.

Las horas eternas escuchando los debates en las dos cámaras del Congreso de la Nación fueron una verdadera aventura jurásica. Durante meses se vertieron todo tipo de opiniones sobre qué, cómo, cuándo y dónde debemos hacer (o no hacer) con nuestros cuerpos. No es un dato menor que la mayoría de las declaraciones provinieron de personas que no tienen útero. En el camino, nos vimos reducidas a objetos con mero fin reproductivo, simples incubadoras. Incluso fuimos comparadas con animales. Que la ley no haya pasado el test legislativo es prueba de lo afincado que está el patriarcado en la sociedad y las estructuras de gobierno.

Tuvimos que aclarar miles de veces – y no exageramos- que no estamos a favor del aborto sino de una ley que garantice a quienes decidamos hacerlo, la asistencia médica y el acompañamiento necesario del Estado. Quienes militamos por el derecho a decidir, tuvimos que aguantar infinidad de comentarios cargados de violencia y amenazas tanto  en redes sociales y como en la calle. Casos como este, este y este, dan cuenta de que algunas compañeras hasta tuvieron que sufrir estas violencias en carne propia.

Aún así, pasamos agosto. Mejor dicho, algunas lo pasamos. Triste y acertadamente, Muriel Santa Ana sentenció a quienes votaron en contra del proyecto de ley: “llevarán de por vida en sus espaldas a las muertas, que de aquí en más, produzca la industria del aborto clandestino”.

Sólo en este mes, ya trascendieron tres. Liliana, Romina y Liz murieron de infecciones y hemorragias derivadas de abortos clandestinos y precarios: hechos con un tallo de perejil u objetos punzantes, que bien podrían ser agujas de tejer o una percha. La clandestinidad sigue presente también en nuestra provincia: una cordobesa de apenas 21 años fue internada por un aborto séptico. Ingresó al hospital con el útero perforado y tuvieron que extraerselo.

Es que ya empezamos a contarlas una por una, con nombre e historia, para que el Estado se haga responsable de estos femicidios por omisión, que a fin de cuentas, son muertes evitables. Y para que ya nadie pueda mirar al costado.

La primavera será verde

El nivel de movilización -impensado años o incluso meses atrás-, da cuenta de que hay feminismo para rato. En las marchas, fue especialmente notoria la cantidad de jóvenes que se apropiaron del pañuelo verde y lo hicieron suyo, y con esta marea verde viene la esperanza. Construimos algo hermoso, decorado con glitter y animado con cantos. Tan hermoso como sentirnos acompañadas cuando por la calle vemos a otra de las nuestras, con el pañuelo verde atado en la mochila, en la cartera o en el pelo.

Mirando hacia atrás, los meses de lucha, si bien desgastantes, nos dejaron mucho. Hablamos hasta el cansancio de temas vedados por la moral conservadora, y empatizamos con otras como nunca antes lo hicimos. Tanto se debatió que estamos convencidas que ya hay una despenalización social. O que al menos ya no pesa la conciencia de algunas que ya tomaron la decisión de interrumpir un embarazo, ni pesará la de aquellas que de ahora en más decidan hacerlo.

Y aunque aún toca seguir peleando por políticas efectivas, saldamos las discusiones sobre la importancia de educar integralmente para decidir y anticonceptivos para prevenir embarazos no deseados. Y que los abortos legales por causales, contemplados en la legislación que tenemos desde hace casi 100 años, son nuestro derecho.

Como si fuera poco, pusimos en agenda el deseo de las mujeres, nuestro deseo. Discutimos el deseo de maternar, en contraposición al mandato social. Hablamos del disfrute sexual separado absolutamente de la reproducción, como prerrogativa que debe dársele por igual a mujeres y varones, como bien lo explicó Dora Barrancos. Hoy, miles de mujeres estamos en condiciones de exigir para nosotras una vida sexual plena y que responda a nuestro genuino deseo. Y sin vergüenza.

El cuerpo en lucha

Con el sueño de darle libertad y autonomía, para moverlo de ese rol impuesto y permitirle habitar nuestro deseo, expusimos nuestros cuerpos de muchas maneras. Expusimos nuestros cuerpos a las más bajas temperaturas, a la violencia de quienes pretendiendo “salvar dos vidas” prefirieron seguir poniendo en peligro las nuestras, a jornadas largas y extenuantes de estudio, de formación, de preparación y de organización. Y dormimos poco. Pero soñamos mucho.

Y en ese sueño de libertad estaba la chispa que encendió el fuego que nos mantuvo sanas y fuertes. En una combustión permanente que motorizaba todas nuestras acciones, ese fuego ardía y nos daba el calor necesario para seguir. Así pasamos el invierno, abrazadas y abrasadas.

Hoy ese fuego sigue ardiendo y nos sigue dando calor. Estamos aprendiendo a llevarlo adentro nuestro.

Por eso, celebremos como en Chillán. Pasamos agosto. Queda lucha para rato.

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