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Cada vez que hay elecciones, la discusión sobre la implementación del voto electrónico se reedita. Si bien las herramientas tecnológicas están cada vez más presentes en nuestra vida cívica, hay muchos inconvenientes que aún no han sido superados para su uso en el proceso electoral.

A un lado: voy a ejercer la democracia 

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En este 2023 se cumplen 40 años ininterrumpidos de democracia en nuestro país y pensar la manera en que la ejercemos nos obliga a reconsiderar nuestros instrumentos de votación, siempre con la intención de lograr las elecciones más justas y transparentes posibles. Así es como cada vez que arranca un nuevo proceso eleccionario vuelven a aparecer propuestas para modificarlo.

La revisión de los mecanismos de sufragio es una discusión compleja que requiere de un profundo análisis sobre su impacto en la práctica de los derechos políticos de la ciudadanía. En Argentina confluyen distintos tipos de herramientas de voto, las cuales varían según los distritos. Mientras que a nivel nacional se utiliza la boleta partidaria de papel, en las demás jurisdicciones se emplean diversos métodos de boleta única analógica o digital. Estas diferencias influyen en la forma en que votamos y, por ende, ejercemos nuestros derechos.

Dentro de las alternativas de reforma siempre destaca alguna que pretende insertar, en mayor o menor medida, la tecnología informática. Como ella está presente prácticamente en todas las aristas de nuestra vida, es casi una consecuencia lógica que se pretenda aplicarla también en este ámbito, motivo por el cual frecuentemente terminamos hablando de la necesidad o conveniencia de implementar el voto electrónico.

Lo primero a destacar en este asunto es que no hay una definición clara del mismo, porque existen múltiples sistemas que varían según el modo de implementación de la tecnología en el procedimiento de votar.

Sin embargo, podemos decir que el voto electrónico ocurre cada vez que para emitir nuestro voto debemos recurrir a un sistema informático de cualquier naturaleza, es decir, a realizarlo a través de algún tipo de computadora. Se distingue así del uso de tecnología en otras partes del proceso, como el conteo o la transmisión de datos.

Se alegan como virtudes de estos medios su simplicidad, velocidad, seguridad, transparencia y reducción de costos, entre otros, y se insiste con su implementación inmediata. Pero la realidad ha demostrado, tanto en nuestro país como en todo el mundo, que estos mecanismos sufren de grandes inconvenientes que, hasta ahora, no han podido ser resueltos

Yo en el cuarto oscuro: ¿Qué mirás, bobo? Andá pa’llá

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Toda elección se rige por principios generales que deben ser asegurados por el Estado, y que funcionan como garantías para que la ciudadanía pueda ejercer su derecho a la participación política en un régimen democrático: el voto debe ser universal, libre, igual, directo y secreto. 

Con el voto electrónico no se pueden asegurar estas garantías, porque quien vota no puede saber si se respeta el secreto de su sufragio y si su elección es emitida de manera íntegra, es decir, según su voluntad, y que su voto refleje a quien efectivamente quiere elegir.

En primer lugar, hay que destacar que el secreto del voto es completamente imprescindible para votar libremente. En una democracia, el voto será libre o no será. La identificación de la persona que vota debe realizarse en forma independiente del sistema de emisión de voto, dándole garantías de que no es observada. La protección de la secrecía hace que, por ejemplo, la intimidación y el soborno sean menos efectivos, y perder esta confidencialidad puede ser peligroso. Recordemos años atrás al presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, diciendo al día siguiente de una elección que tenía «la lista de los novecientos mil ciudadanos con su número de identificación que votaron en contra del régimen», procediendo al día siguiente a una purga de empleados públicos y a la pérdida de políticas sociales de esos sufragantes.

Asimismo, el sistema debe preservar la integridad del voto, es decir, que se respete la voluntad de cada votante, impidiendo que el sistema cambie el sufragio en el mismo momento de su ejecución o luego de que se haya emitido.

Ambos aspectos son particularmente complicados de asegurar en los sistemas de voto electrónico debido a que las computadoras utilizadas operan fundamentalmente como una “caja negra” en las cuales no sabemos exactamente qué sucede.

En la actualidad, todos los sistemas de voto electrónico son elaborados por empresas particulares y son de código fuente cerrado, es decir, privativo y secreto. Se sostiene que manteniéndolos así es más difícil encontrar fallas en el sistema y aprovecharse de ellas para manipularlo. Como consecuencia, se afecta fuertemente la capacidad de auditar la elección, alejando a la ciudadanía de esta posibilidad, ya que sólo puede ser realizada por personas expertas. Para quien no es especialista, las elecciones se convierten en una especie de acto de fe.

La lista de inconvenientes no se termina ahí, pero la mera existencia de éstos es suficiente para descartar la aplicación de esta clase de sistemas. Conocer cómo se construye el resultado electoral de manera íntegra es lo que asegura la legalidad de la decisión popular y le da legitimidad a las autoridades electas, por lo que es fundamental para nuestra democracia. 

Puede fallar (y falló)

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A lo largo de los años, en varios distritos de la Argentina, se adoptaron diferentes modalidades de voto electrónico para los comicios generales. Hasta ahora, el modelo más empleado ha sido el denominado “Boleta Única Electrónica (BUE)”, nombre que intenta alejarse lo más posible del no tan popular “voto electrónico” y que supone un engaño en sí mismo, ya que no es más que otro de los tantos sistemas de este tipo que, en este caso en concreto, cuenta con la particularidad de agregar un respaldo en papel.

Esta modalidad padece, en mayor o menor medida, de todos los inconvenientes propios de su clase, y que fueron ampliamente documentados por la comunidad civil que estudia estos temas y que han quedado en clara evidencia en las elecciones a Jefe de Gobierno del mes de agosto desarrolladas en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires: desde el día anterior a la elección se reportaron falta de computadoras, otras con problemas de uso y algunas que no tenían sus kits; durante el transcurso de la jornada electoral hubo largas colas y confusión en la ciudadanía por la falta de claridad con el uso de los dispositivos y, lo más alarmante, graves fallas en su funcionamiento. El grado de afectación a los derechos de la ciudadanía en esa oportunidad llevó incluso a que la justicia electoral advirtiera a las autoridades locales de las dificultades observadas y el riesgo que implicó el uso de este sistema, logrando que se tomara la decisión de sustituirlo en las elecciones del pasado 22 de octubre por la tradicional boleta de papel partidaria.

A pesar de todo, el avance de su implementación en diferentes distritos ha continuado de manera lenta pero firme y, curiosamente, bastante silenciosa (por ejemplo, en este 2023, en la provincia de Córdoba, se ha utilizado en las localidades de Carlos Paz, La Falda, Cosquín y Marcos Juárez). 

Mi único amor, mi única boleta

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Entonces, si el voto electrónico parece tan conflictivo, ¿cuál es la modalidad de votación que debemos implementar a fin de evitar todas las dificultades mencionadas? Si bien sabemos que ningún sistema electoral a nivel integral va a ser perfecto, la mejor opción parece ser una vieja conocida: la boleta única de papel (BUP), el sistema más utilizado a nivel global.

Se trata de una boleta de papel en la que figura la oferta electoral completa, es decir, todas las candidaturas que compiten para un mismo cargo son presentadas en una sola boleta. En ella se disponen las diferentes categorías electivas y las candidaturas en forma de cuadrícula, pudiendo contar con una o varias hojas de acuerdo al mecanismo estipulado (mientras que en Córdoba o para residentes en el exterior existe una sola boleta con toda la oferta electoral para todas las categorías electivas, el formato de Santa Fe consiste en boletas separadas por categoría electiva). 

En este tipo de sistema es el Estado quien garantiza el suministro de boletas a lo largo del territorio y durante toda la jornada electoral, lo cual equipara las condiciones de competencia de los partidos políticos, al alivianar su labor durante la votación, lo cual implica una evidente conveniencia ante la disparidad de capacidad logística existente entre ellos.

Como ya se mencionó, la BUP cuenta con distintos diseños, pero hay que destacar que siempre son sencillos y fáciles de entender. Es entregada en la mesa de votación, por lo que no es posible ni el robo de boletas ni la introducción de boletas falsas de algún partido. A fin de emitir el voto, se debe realizar una selección haciendo marcas en las opciones correspondientes, para luego ser plegada y depositada en una urna para su escrutinio al término de la jornada electoral. 

Con este mecanismo, el secreto y la integridad en la emisión del sufragio se encuentran aseguradas. Además, permite garantizar que la experiencia de votación sea uniforme y consistente entre todos los distritos y asegura siempre el acceso a la oferta electoral completa. Ofrece una mayor libertad y facilidad para elegir las candidaturas de uno u otro partido y de otra categoría sin tener que cortar una boleta, ayudando así a combatir el famoso “voto sábana”, modalidad mediante la cual quien elegía una candidatura principal terminaba eligiendo la boleta completa sin prestarle atención a las demás categorías. Además, logra evitar los efectos de las “listas colectoras”, ya que quién se postula a un cargo no puede figurar en más de una categoría de votación.

Finalmente, se debe resaltar que siempre es posible rodear de tecnología a la BUP en otras etapas del acto eleccionario, tales como el recuento de los votos o la transmisión de los datos finales de la votación. Si bien aplicar la informática en estas instancias, aún con las debidas pruebas y controles, siempre supone la posible aparición de nuevas contingencias indeseables, ninguna de ellas implica los peligros que sí afectan de manera directa la elección. 

¡Ábranme, quiero votar!

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En definitiva, esto no se trata de un mero debate instrumental, sino sustantivo sobre la representación y el acceso al voto. Todo proceso electoral debe mostrar un sistema confiable y fiable. La mejor alternativa parece ser la adopción de la boleta única de papel para todas las elecciones en nuestro territorio. 

Un cambio de esta naturaleza requiere de un proceso de aprendizaje para la ciudadanía, los partidos políticos y las autoridades. El uso de mecanismos informáticos para la emisión del voto está en retroceso desde hace varios años. Por ejemplo, en 2008, Países Bajos anunció que volvía a los sistemas electorales basados en papel luego de que un equipo de investigación develara que el sistema utilizado presentaba fallos de seguridad. El mismo año, tras las pruebas pilotos realizadas, el Reino Unido determinó que no se continuaría con el voto electrónico debido a que la seguridad y garantías adoptadas eran insuficientes. En 2009, Alemania declaró inconstitucional la utilización de urnas electrónicas por no permitir la fiscalización del proceso electoral por personas sin conocimientos técnicos. Evidentemente, los riesgos implícitos del voto electrónico son tan grandes que no amerita correrlos. No alcanza con que las máquinas funcionen bien a simple vista si no podemos saber con certeza qué están haciendo en todo momento. 

Cada dos años tenemos una invitación a reflexionar sobre los niveles de confiabilidad y transparencia que brindan nuestros procesos eleccionarios. El voto es una manifestación insoslayable de la democracia y debe ser abordado con responsabilidad.

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