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No escapa a nadie la atención que China recibe en la prensa argentina: desde la constitución de Argentina como el tercer destinatario más importante de inversión extranjera directa china hasta las constantes visitas de autoridades argentinas al país asiático. Se trata de un intercambio que podría caracterizarse – a priori – como un matrimonio por conveniencia, donde cada uno obtiene lo que necesita. El principal paso que terminó de constituir esta alianza durante la presidencia de Alberto Fernandez fue la incorporación de Argentina al Banco Asiático de Inversión en Infraestructura, convirtiéndola en destinataria de hasta 300 millones de dólares. En este marco es clave analizar más allá y preguntarse: ¿configura el vínculo con China un nuevo tipo de relación de dependencia?

En el último tiempo, la mayor parte de lo que sucede con la política exterior latinoamericana, en especial la argentina, se encuentra fuertemente vinculada con China. A lo largo de estos 50 años de relaciones bilaterales, han tenido lugar varios hitos: se celebraron más de 100 acuerdos; China se perfiló entre los principales socios comerciales de Argentina; y se formalizó la incorporación de Argentina a la Iniciativa de la Franja y la Ruta (IFR)  y al Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (AIIB, por sus siglas en inglés). Este suceso debe ser principalmente resaltado, teniendo en cuenta los fundamentos del AIIB; el cual responde a objetivos estratégicos chinos de diversificar los mercados de exportación para sus productos, consolidar las importaciones chinas por medio de las rutas terrestres, favorecer el soft power de China a través del intercambio cultural, aportar en la integración económica y pujar la seguridad regional de China.

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¿Qué tan estratégica es la incorporación de Argentina al Banco Asiático de Inversión en Infraestructura?

Para entender la importancia de la incorporación de Argentina a este nuevo banco multilateral de desarrollo, primero se debe partir de considerar cuál es su origen. La conformación del Banco se remonta hacia el año 2013, cuando el actual presidente chino Xi Jinping, lo mencionó en el Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico. Allí el mandatario aludió a la necesidad de constituir un fondo para el desarrollo económico coordinado que fomente una comunidad de destino compartido para la humanidad. Un año más tarde, comenzaron las negociaciones para crear el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura, arribándose a la firma de un Memorándum de Entendimiento por parte de 21 países. Luego de un largo período preparatorio, el AIIB comenzó a operar el 16 de enero de 2016 con 57 países miembros, 106 a la actualidad (entre ellos, Alemania, Canadá, Reino Unido, Brasil, Dinamarca, etc); que  se dividen en grupos de miembros regionales y miembros no regionales. Los del primer grupo, son considerados destinatarios originarios del financiamiento y concentran el 76% de las acciones (73% del total de los votos), junto con la capacidad de crear las normas y la concesión de 600 votos adicionales para cada país. Por su parte, los miembros no regionales tienen bajo su poder el 24% de las acciones (27% del total de votos). Además de estos, hay 14 países que integran la institución y se denominan prospectivos porque aún no efectivizaron su ingreso.

Otra característica fundamental de esta institución, es su vinculación con la Iniciativa de la Franja y la Ruta (IFR) a la cual Argentina también adhirió recientemente. Está iniciativa comparte con el AIIB no solo su constitución en simultáneo, sino también sus respectivos roles dentro de la reconfiguración geopolítica de la economía internacional: ambos promueven la construcción de infraestructura y fortalecen la interconexión a nivel global. De esta manera, el AIIB y la IFR están íntimamente conectados, el Banco es la herramienta para otorgar gran parte del financiamiento que luego se deriva a proyectos en el marco de la IFR.

Desde el comienzo de sus operaciones, el AIIB  ha financiado 220 proyectos de infraestructura en 30 países; abarcando sectores como transporte, telecomunicaciones, energía, infraestructura en áreas rurales, desarrollo urbano y agrícola, servicios sanitarios, abastecimiento de agua, etc. El capital invertido, entre los montos totales aprobados y solicitados, ronda los 31 mil millones de dólares. 

Con el fin de postularse como una alternativa a otras instituciones financieras tradicionales, el AIIB pretende proyectar una mirada más innovadora al regirse por el lemalean, clean and green”: eficiente, ágil, ético y respetuoso con los derechos sociales y el ambiente. Recientemente, ha sumado el slogan de “construir la i4t” (construir la infraestructura para el mañana; “infrastructure 4 tomorrow”), señalando su intención de financiar infraestructura verde con criterios de sostenibilidad, innovación y conectividad.  

La incorporación de Argentina al Banco se venía negociando desde la presidencia de Macri, y se logró en octubre de 2020 con la aprobación de la Cámara de Diputados. De esta manera, Argentina se incorpora como un miembro no regional, con la posibilidad de obtener financiamiento de hasta 300 millones de dólares a tasas de intereses bajas y sin aparentes condicionalidades políticas y económicas (como aquellos pedidos de política económica que las instituciones financieras les suelen solicitar a los países beneficiarios, algo muy común en el Fondo Monetario Internacional (FMI), por ejemplo).

Con la publicación en noviembre del 2021 en el Boletín Oficial de la Ley N° 27.571 que aprueba el ingreso de Argentina, se pudo obtener más información al respecto y se conoció la autorización al Banco Central a suscribir hasta 50 acciones de capital con un valor de 100.000 dólares cada una, de las cuales 40 acciones corresponden con el capital exigible (lo que Argentina se compromete a pagar al Banco) y las 10 restantes con el capital a integrar (lo efectivamente pagado). 

Ahora bien, ¿podríamos determinar como “estratégica” la membresía de Argentina en el AIIB? Fundamentalmente, se debe tener en cuenta que se trata de un escenario, que, en primera instancia, resultaría beneficioso para ambos países: para el AIIB implica el ingreso a un mercado que le facilita el acceso a recursos naturales -entre ellos el litio, hierro y cobre-, y la producción de soja e insumos agrícolas. Por su parte, Argentina obtendrá financiamiento para obras de infraestructura de gran impacto, que se espera, en el largo plazo, acelere el crecimiento de la economía interna.

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¿Cuáles son las razones detrás del acercamiento entre Argentina y China?

El incremento en las relaciones sino-argentinas, se debe a diversos factores. En primer lugar, la particularidad del contexto regional, donde América Latina tiene un gran déficit en infraestructura. De acuerdo a datos del 2019 del Banco Asiático de Inversión en Infraestructura, se puede afirmar que alrededor del 60% de las rutas en América Latina no se encuentran pavimentadas frente al 46% de Asia y el 17% de Europa. Esta falta de infraestructura, en el largo plazo, derivaría en perjuicios para el comercio exterior y la llegada de capitales. 

En segundo lugar, China encuentra en el mercado latinoamericano reservas de materias primas capaces de abastecer a alrededor de 600 millones de consumidores; como así también, es un destino atractivo para sus inversiones destinadas a la construcción de aeropuertos, ferrocarriles, rutas, etc. 

Otro punto atractivo para Argentina, se encuentra en una de las principales características de la política exterior china: la no injerencia en asuntos internos. Lo que configura, frente a la disputa China vs. Estados Unidos, la posibilidad de beneficiar a la economía argentina en tiempos de crisis pero sin tomar una postura que comprometa su política exterior en otros ámbitos.

Asimismo, el ascenso internacional de China, en términos económicos, generaría una armonía comercial en Argentina. Es decir, una complementariedad en las economías argentina y china respecto a sus intercambios comerciales. Así, mediante el arribo de inversiones chinas y la exportación de productos argentinos hacia China, se produce una reactivación de la economía de nuestro país, a la vez que se garantiza la seguridad alimentaria de China junto con su aprovisionamiento de recursos estratégicos. En definitiva, se conforma una relación donde, en primera instancia, no habría perdedores. 

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De esta manera, el matrimonio entre China y Argentina se fue sustentando en base a sus mutuas necesidades. Desde sus inicios, se perfiló como un vínculo necesario y estratégico. El AIIB se consolida como una alternativa atractiva para el financiamiento en infraestructura deficitario en gran medida en la región. Para Argentina, representa el acceso a una fuente multilateral de financiamiento en sectores estratégicos y de conectividad.

Pero cabe preguntarse cuál es el precio qué podemos pagar, a cuánto nos atrevemos a renunciar. El crecimiento incesante del intercambio expone un lado desalentador de este matrimonio: Argentina ocupa el rol de proveedor de materias primas y de receptor de productos chinos manufacturados. Consecuentemente, Argentina consolida un esquema de dependencia con China. Este tipo de relación vertical que emergió en el comercio bajo el patrón centro-periferia y que se reprodujo en las inversiones; a la par de garantizar la llegada de inversiones sin constricciones que reactiven la economía, también corre el riesgo de reprimarizar la producción argentina. 

Otro aspecto que no debe escapar, es que desde el comienzo de sus operaciones el AIIB recibió fuertes críticas sobre la falta de espacios de participación de actores nacionales, la ausencia de transparencia y rendición de cuentas y la no observancia de estándares internacionales ambientales y sociales. 

Cuando se habla de política internacional o de organismos internacionales, se lo suele ver como algo muy distante, que nunca podría afectarnos. Pero en la letra chica de los acuerdos, nuestros recursos naturales terminan involucrados; y por ende, se afecta la calidad de vida de muchas poblaciones vulnerables.

Las relaciones con el gigante asiático constituyen un ejemplo de relaciones bilaterales donde el poder es asimétrico, disparejo, y no siempre constante en cuanto a la distribución de las ganancias. En este matrimonio, Argentina, hoy por hoy, se perfila ante un futuro donde probablemente deba renunciar a muchos beneficios para obtener otros a cambio,  consolidando un esquema de dependencia con China.

En este contexto, la información en torno a cómo funciona, en este caso, el Banco Asiático, las condiciones de su financiamiento, los principios que defiende y demás postulados que hacen al AIIB, se traducen en herramientas fundamentales para prevenir y/o mitigar la generación de daños ambientales y sociales. 

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