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Seguro alguna vez viste un cigarrillo electrónico. Capaz alguna persona conocida por vos, familiar, amigue, colega te contó sobre lo maravilloso de este aparato, mientras aspiraba lo que suele comúnmente denominarse como “sólo vapor de agua”. Incluso pudiste haber pensado en lo increíble y avanzado que se ha llegado en la tecnología, que hasta se reinventó algo tan clásico, como fumar un cigarrillo.

Ahora bien, ¿de qué hablamos cuando decimos “sólo vapor de agua”? Primero, hay que hablar de qué es específicamente un cigarrillo electrónico. A pesar de la gran diversidad de tipos y modelos, estos dispositivos funcionan siguiendo una misma lógica: a través de válvulas que permiten el paso del aire, se aspira un líquido que es calentado y vaporizado mediante una resistencia metálica (puede ser un pequeño resorte o cilindro), cuya fuente de energía es una batería de litio. Entonces, ¿se está aspirando “sólo” vapor de agua? Hay que entender que el líquido no es vapor de agua, sino una solución en la cual se colocan múltiples sustancias químicas para poder otorgarle tanto la textura como hasta sabores, y sin olvidarnos de la nicotina presente en la mayoría de los productos. 

El principal problema es que estas soluciones no son reguladas de manera estricta por la industria, y los componentes varían de forma diversa de un producto a otro, por lo cual las concentraciones a las cuales estas sustancias pueden generar un daño es casi imposible de estimar. Sin embargo, es posible determinar que hay sustancias presentes en los productos que son en sí mismas nocivas para la salud, como la nicotina (que produce daño a nivel cardiovascular y se asocia a mayor riesgo de enfermedades) y los residuos metálicos presentes en el vapor aspirado (producto del calentamiento repetido de la resistencia).

¿Pero es mejor o peor que el cigarrillo común? La respuesta a esta pregunta tan simple, es compleja debido a la complejidad de la problemática. El cigarrillo electrónico en sí mismo podría relacionarse con menor daño a la salud si se comparase con el daño generado por un uso de igual (o similar) frecuencia de cigarrillos convencionales. Pero esto no es trasladable al producto en forma general. La evidencia científica es bastante concluyente en que no es posible garantizar la seguridad de todos los saborizantes y químicos agregados a los líquidos, y hay una clara relación entre el uso de estos dispositivos con múltiples casos de insuficiencia pulmonar en Estados Unidos, en 2019.

Asimismo, es importante destacar el rol de les jóvenes en esta problemática. ¿Por qué? Porque las campañas de marketing de estos productos están directamente perfiladas y dirigidas a estos grupos, tanto en el abordaje del producto: su diseño se aproxima más a los productos de tecnología de vanguardia, como celulares o dispositivos electrónicos. Asimismo, hay similitudes en las plataformas en que se promocionan, ya que hay una gran presencia en las redes sociales que constantemente bombardea a les potenciales consumidores mostrando a jóvenes que responden a patrones hegemónicos de modos de vida y valores entendidos como expresión de éxito, como si fueran propagandas viejas de tabaco donde el éxito va de la mano de vapear. 

Esto es particularmente riesgoso, ya que estas personas (o más específicamente, las menores de 21 años) se encuentran en una etapa de su desarrollo en la cual son extremadamente susceptibles a cambios en el sistema nervioso. Está documentado y muy bien estudiado que exponer a menores de 21 años a sustancias potencialmente adictivas aumenta el riesgo de que se vuelvan dependientes, o consumidores en gran medida. La nicotina representa este tipo de sustancia y, debido a que se encuentra altamente disponible y variable en los preparados de cigarrillos electrónicos, estos representan el potencial riesgo de transformar una población vulnerable en consumidora regular. A esto se le suma el desconocimiento de este riesgo. En una encuesta realizada en Argentina por el Ministerio de Salud en junio del 2020 más del 40% de las personas jóvenes encuestadas pensaban que el cigarrillo electrónico era menos dañino que el cigarrillo convencional, y casi otro 40% no conocía el riesgo del cigarrillo electrónico. Además, el 75% de las personas encuestadas conocían la existencia de estos productos, y casi el 18% dijo que usó o usaría un cigarrillo electrónico en el futuro próximo. Esta tendencia parece venir en aumento en nuestro país, por lo cual es una problemática que debe ser afrontada desde el Estado.

¿Y qué pasa con la industria? 

Las tabacaleras se encontraban en un momento particular: un nuevo producto que no estaba siendo comercializado por ellas estaba sumando compradores, especialmente, entre adolescentes y jóvenes adultes. Valiéndose de este mercado “emergente”, la industria tabacalera decidió utilizar una plataforma ya armada, comprando acciones de estas empresas líderes del mercado de cigarrillos electrónicos o desarrollando un equivalente propio. En este marco, las inversiones en los cigarrillos electrónicos se puede interpretar como una decisión estratégica comercial para compensar la reducción de una clientela, que gracias a los esfuerzos de los Estados y de las organizaciones de la sociedad civil, venía disminuyendo. 

Hasta acá, no sorprende que la industria busque “renovarse” en pos de sus ganancias. Pero sí es importante hablar del cambio de discurso: ahora las empresas tabacaleras se autodenominan “servicios de reducción de riesgos y daños”. Esto implica que la industria está intentando “lavar” su imagen, con intenciones de correrse de la mirada de vendedores de productos nocivos para la salud a ser efectores del sistema de salud, proponiendo alternativas “saludables” para reducir el consumo de tabaco. Esto es llamativo no solo desde el punto de vista de imagen, también lo es desde el punto de vista de innovación. 

Las empresas han desarrollado laboratorios particulares para investigar sobre estos dispositivos, y hacen conclusiones de tinte científico, muchas veces con resultados que no sólo son tendenciosos, sino que incluso pueden llegar a conclusiones que entran directamente en choque con el cuerpo de evidencia científica que existe en materia de la salud. Sin ir más lejos, la página de Phillip Morris International dice que la nicotina no es de las principales sustancias nocivas en sus productos, cuando hace tiempo se sabe que en sí misma es dañina para el sistema cardiovascular y aumenta el riesgo de muerte. Una vez más, esto pone de manifiesto que los fabricantes de cigarrillos electrónicos tienen un motivo comercial y no un motivo referido a la salud pública. Pues, su objetivo principal es vender tantos productos como sea posible y mantener o incrementar el número de personas que consumen.

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La evidencia relacionada con los daños a la salud ocasionados por los cigarrillos electrónicos y su impacto en jóvenes está evolucionando. En este sentido, debe tenerse presente que toda evaluación de la evidencia tiene que considerar el impacto tanto en fumadores individuales como en el conjunto de la población.

En lo que respecta a la posibilidad de que estos dispositivos puedan ser útiles para la gente que busca dejar de fumar, la evidencia científica es bastante variable, y al parecer, hay menores resultados con este método que usando métodos convencionales (por ejemplo fármacos, terapias de reemplazo de nicotina o psicoterapia). Sin embargo, tal como lo expone Campaign for Tobacco Free Kids, debe tenerse presente que aun si se llegase a comprobar que los cigarrillos electrónicos pudiesen ayudar a les fumadores a dejar de fumar, estos -no obstante- podrían ser dañinos para la salud pública, si condujeran a que más jóvenes se inicien en el tabaquismo, si volvieran a normalizar el consumo de tabaco o si disuadieran a los fumadores a dejar de fumar.

¿Qué está sucediendo en Argentina?

En Argentina, la importación, distribución, comercialización y publicidad del cigarrillo electrónico, así como de sus accesorios, está expresamente prohibida por la Disposición Nº 3226/11 de la Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica (ANMAT). En consonancia con lo hasta aquí reseñado, la prohibición del cigarrillo electrónico se basó en el principio precautorio: existe una considerable incertidumbre científica acerca de los riesgos generales y beneficios potenciales del consumo de estos dispositivos para la salud. Sin embargo, la realidad en Argentina es otra. Los cigarrillos electrónicos no sólo son objeto de comercialización sino que incluso son promocionados como “aliados” de la salud pública en el abordaje del tabaquismo, a lo que cabe agregar los llamativos eslóganes que los presentan como dispositivos capaces de brindar experiencias novedosas o más placenteras para sus usuarios. 

Además, como si esto fuera poco, es frecuente encontrar que estos dispositivos son utilizados en lugares en los que está prohibido fumar, y en vista del parecido que tienen con los productos de tabaco -tal como lo exponen las conclusiones de la sexta reunión de la Conferencia de los Estados Partes (COP)-, su uso en estos lugares dificulta aún más la aplicación de las políticas relativas a entornos libres de humo. Asimismo, debe destacarse que la comercialización y la exhibición de estos productos tampoco suele ir acompañada del mismo paquete de medidas aplicables a los productos de tabaco tradicionales. Ejemplo de ello es la ausencia de advertencias sanitarias con las que se venden o exhiben estos dispositivos, o la publicidad y promoción que tiene lugar en las redes sociales a través de “influencers” o artistas reconocides.

Ante la ausencia de regulaciones gubernamentales efectivas, los cigarrillos electrónicos podrían llegar a crear una nueva generación de consumidores de nicotina y tabaco y, consecuentemente, deteriorar los avances logrados en el combate contra esta epidemia. Esta problemática es una muestra más que revela la necesidad de que el Estado argentino proceda a la ratificación del Convenio Marco para el Control de Tabaco (CMCT).

En este sentido, está comprobado que las estrategias integrales que propone el Convenio, reducen el consumo de tabaco y nicotina. Pues, estas medidas alientan y apoyan a les fumadores a dejar de fumar mientras que también impiden la iniciación de jóvenes en el tabaquismo. Implementar las medidas del Convenio Marco y darles tiempo para producir resultados, es el enfoque más eficaz para abordar esta epidemia. 

Frente a los diversos intentos de la industria tabacalera en posicionarse como “parte de la solución”, el Estado nacional ya no puede permanecer renuente a la ratificación del Convenio. Se trata de una deuda con la salud pública y por sobre todo, con la protección de derechos humanos fundamentales reconocidos en la Constitución argentina. Producida la ratificación, el Estado no sólo tendrá la obligación de implementar medidas efectivas para proteger el derecho humano a la salud, sino que al mismo tiempo dicho instrumento será una herramienta indispensable que permitirá aumentar los estándares nacionales de control de tabaco y cumplimentar así las obligaciones internacionalmente asumidas en la tutela de estos derechos.  

Resulta imprescindible que estos mecanismos sistemáticamente empleados por las tabacaleras, ocultos bajo las apariencias de innovación y cuidados de la salud, sean expuestos por lo que son: estrategias comerciales que buscan generar confusión y que pretenden satisfacer intereses económicos a costa de la salud de la ciudadanía. 

Si querés dejar de fumar el Ministerio de Salud cuenta con una línea gratuita para ayudarte: comunicate al 0800-999-3040, y personal capacitado te acompañará en el proceso para dejar de fumar (en argentina.gob.ar/salud/glosario/tabaquismo).

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